jueves, 12 de septiembre de 2019

Casa sin vida...


Silencio en esa casa sin vida. Silencio que cortaba, que sangraba, que inundaba la noche. Silencio que pesaba tanto que le mataba lentamente.  Él no lo sabía, incapaz de verlo, pero tenía luz, todavía le acompañaba ya que jamás le abandonó. Le arañaron, le ahogaron con apuñaladas de mentiras, de insultos, de desprecios, de oscuridad. Le acariciaron con tenebrosos abrazos. Y ahí estaba; vivo sin vida.
Siguió caminando, jamás se rindió. Se hundió, lloró océanos mientras que su corazón seguía latiendo por la bruja. Gritó y nadie le escuchó, nadie supo interpretar esa actitud. Nadie le comprendió. Ni él mismo. La arpía se adueñó de su ser y de su corazón. Prender fuego a todo ese dolor era misión imposible, ni el mayor de los incendios alcanzaría las heridas con la firma de la dueña de sus tinieblas.
Adoraba viajar en el tiempo todas las noches junto a la luna. Se perdía por mil caminos desconocidos, sólo guiado por la brújula de la intuición. Pero los sueños desaparecieron y ellas, las pesadillas, se adueñaron de las frías noches. Seguía mirando hacia el horizonte con murallas en su corazón dañado, latía maltratado creyendo que jamás se mereció la felicidad. Fue una marioneta en sus manos; las mismas que él mismo besó hasta el amanecer.
Recordaba con nostalgia como sus manos acariciaban la delicada piel de quién creyó ser su mundo, la que besó con ansia, con ternura, con galantería y suspiros marcados en su boca. Pero aquello despareció. Se desvaneció como una noche de verano. Aquellos momentos sintió vida, tormentas de colores, libertades atadas con dos cuerpos y un corazón.
Pero todo aquello acabó. Terminó. Los pinceles sólo hacían garabatos oscuros, se perdieron y se quedaron los porqués, las culpas, las sombras que evitó encontrar pero ahí estaban; le encontraron.
La bruja ganó. El príncipe perdió. Y el reino se desvaneció…

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Y llegó. Vino como la marea del océano atlántico. Con fuerza derribando sus miedos.  Él fuerte, mil murallas de aquel mal sueño donde la bruja le hizo sentirse pequeñito y ella, menuda pero inmensa que ni ella misma era consciente. No la buscó, no la quiso ver, no la deseó, no la imaginó.
Se miraron sin verse. Se acariciaron sin tocarse. Se hablaron en silencio. Sintieron sin saber qué era el sentir. Lo estaban descubriendo en aquel momento.
Y las noches mágicas junto con la luna hicieron el resto. Ella se desnudó ante él, con timidez y pureza. Sonrisa que le dieron una luz jamás soñada. También poseía batallas que la lastimaron, demasiadas, que la llegaron a destruirla haciéndola sentir un perro abandonado. Dos perdidos por el mundo, dos náufragos de las tormentas del sufrimiento. Pero sonó.
El piano de la verdad tocaba cada nota creando la partitura de ellos dos. No había silencio, ya no. Le daba vida. Sabía que era sonreír viviendo y no soñando. Sabía que era volver a creer.
Y ocurrió. Se perdió, se entrelazaron. Le besó las cicatrices desde la lejanía, aquellas que nadie supo, aquellas que ni él mismo había reconocido. Una a una, con esa delicadeza que provocaba fuego. La podía ver, la sentía en su regazo erizando su piel. Era pura magia. Hechicera de su alma. Toda ella. Era inmensa y ahí estaba para él, sin despedidas.
Y aquella soledad en su mundo se diluyó. Se marchó. Y vino él. El miedo. Lo volvía a sentir. Temor a no ser capaz de llegar a ella, a que el tiempo decidiera. A que ese maldito reloj de arena decidiese por ellos. Pero ya estaba en él, ya eran uno. Esa mirada en las noches soñadas le cautivó sin fecha de caducidad. Siempre le dijeron que cuando necesitas algo como el aire él aparece. El pavor se hace presente para crearle fantasmas innecesarios. No los quería. No servían para nada pero ya apareció el maldito miedo.

Él dejó de creer, de sentir, de amar. Estuvo roto en mil pedazos. Ella era una flor que jamás la cuidaron, incomprensible en el mundo. Era inmensa y no era consciente de su fuerza, del hechizo de alma que poseía. Pero era su momento, el de los dos. Y lo supieron cuando ya no pesaban sus males.

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Y se juraron no caer. Jamás. Y lo escribió. Se le olvidó lo que era prometer amaneceres y estaba a punto de regalarle calma en días de huracanes, en días de rabia, de incendios, de voluntades perdidas.

<<Por ti estaré. Por ti estaré aunque me arranque los latidos que son todos tuyos. Por ti dibujaré soles, lunas en tus noches y viento para borrar tus lágrimas. Por ti bebería el agua del mar para salvarte de la sed. Por ti bajaría las estrellas para adornar tus caminos y que jamás te detengas. Por ti entraría en el infierno para salvarte de las garras del sufrimiento, de la mentira, de la hipocresía, de la maldad más pura. Por ti moriría>>.

Los equipajes de sus vivencias siempre existirán, forman parte de ellos dos pero el invierno acabó. Le volvió a regalar primaveras, le entregó el sol en los días de lluvia, fortaleza en sus caídas. Ella, su niña, le entregó verdad. No le importaba cuándo la tendría entre sus brazos para protegerla de los lobos, del fuego, de las baladas llamadas mentiras. No se iba a rendir porque ella, su hechicera, le regaló VIDA.

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Fuente: https://arboldelavida.online/