Silencio en esa casa sin vida.
Silencio que cortaba, que sangraba, que inundaba la noche. Silencio que pesaba
tanto que le mataba lentamente. Él no lo
sabía, incapaz de verlo, pero tenía luz, todavía le acompañaba ya que jamás le
abandonó. Le arañaron, le ahogaron con apuñaladas de mentiras, de insultos, de
desprecios, de oscuridad. Le acariciaron con tenebrosos abrazos. Y ahí estaba;
vivo sin vida.
Siguió caminando, jamás se
rindió. Se hundió, lloró océanos mientras que su corazón seguía latiendo por la
bruja. Gritó y nadie le escuchó, nadie supo interpretar esa actitud. Nadie le
comprendió. Ni él mismo. La arpía se adueñó de su ser y de su corazón. Prender
fuego a todo ese dolor era misión imposible, ni el mayor de los incendios alcanzaría
las heridas con la firma de la dueña de sus tinieblas.
Adoraba viajar en el tiempo todas
las noches junto a la luna. Se perdía por mil caminos desconocidos, sólo guiado
por la brújula de la intuición. Pero los sueños desaparecieron y ellas, las
pesadillas, se adueñaron de las frías noches. Seguía mirando hacia el horizonte
con murallas en su corazón dañado, latía maltratado creyendo que jamás se
mereció la felicidad. Fue una marioneta en sus manos; las mismas que él mismo
besó hasta el amanecer.
Recordaba con nostalgia como sus
manos acariciaban la delicada piel de quién creyó ser su mundo, la que besó con
ansia, con ternura, con galantería y suspiros marcados en su boca. Pero aquello
despareció. Se desvaneció como una noche de verano. Aquellos momentos sintió
vida, tormentas de colores, libertades atadas con dos cuerpos y un corazón.
Pero todo aquello acabó. Terminó.
Los pinceles sólo hacían garabatos oscuros, se perdieron y se quedaron los
porqués, las culpas, las sombras que evitó encontrar pero ahí estaban; le
encontraron.
La bruja ganó. El príncipe perdió.
Y el reino se desvaneció…
Y llegó. Vino como la marea del
océano atlántico. Con fuerza derribando sus miedos. Él fuerte, mil murallas de aquel mal sueño
donde la bruja le hizo sentirse pequeñito y ella, menuda pero inmensa que ni
ella misma era consciente. No la buscó, no la quiso ver, no la deseó, no la
imaginó.
Fuente: Pinterest |
Se miraron sin verse. Se
acariciaron sin tocarse. Se hablaron en silencio. Sintieron sin saber qué era
el sentir. Lo estaban descubriendo en aquel momento.
Y las noches mágicas junto con la
luna hicieron el resto. Ella se desnudó ante él, con timidez y pureza. Sonrisa
que le dieron una luz jamás soñada. También poseía batallas que la lastimaron,
demasiadas, que la llegaron a destruirla haciéndola sentir un perro abandonado.
Dos perdidos por el mundo, dos náufragos de las tormentas del sufrimiento. Pero
sonó.
El piano de la verdad tocaba cada
nota creando la partitura de ellos dos. No había silencio, ya no. Le daba vida.
Sabía que era sonreír viviendo y no soñando. Sabía que era volver a creer.
Y ocurrió. Se perdió, se
entrelazaron. Le besó las cicatrices desde la lejanía, aquellas que nadie supo,
aquellas que ni él mismo había reconocido. Una a una, con esa delicadeza que
provocaba fuego. La podía ver, la sentía en su regazo erizando su piel. Era
pura magia. Hechicera de su alma. Toda ella. Era inmensa y ahí estaba para él,
sin despedidas.
Y aquella soledad en su mundo se
diluyó. Se marchó. Y vino él. El miedo. Lo volvía a sentir. Temor a no ser
capaz de llegar a ella, a que el tiempo decidiera. A que ese maldito reloj de
arena decidiese por ellos. Pero ya estaba en él, ya eran uno. Esa mirada en las
noches soñadas le cautivó sin fecha de caducidad. Siempre le dijeron que cuando
necesitas algo como el aire él aparece. El pavor se hace presente para crearle
fantasmas innecesarios. No los quería. No servían para nada pero ya apareció el
maldito miedo.
Él dejó de creer, de sentir, de
amar. Estuvo roto en mil pedazos. Ella era una flor que jamás la cuidaron,
incomprensible en el mundo. Era inmensa y no era consciente de su fuerza, del
hechizo de alma que poseía. Pero era su momento, el de los dos. Y lo supieron cuando
ya no pesaban sus males.
Y se juraron no caer. Jamás. Y lo
escribió. Se le olvidó lo que era prometer amaneceres y estaba a punto de
regalarle calma en días de huracanes, en días de rabia, de incendios, de
voluntades perdidas.
<<Por ti estaré. Por ti estaré aunque me arranque los latidos que son todos tuyos. Por ti dibujaré soles, lunas en tus noches y viento para borrar tus lágrimas. Por ti bebería el agua del mar para salvarte de la sed. Por ti bajaría las estrellas para adornar tus caminos y que jamás te detengas. Por ti entraría en el infierno para salvarte de las garras del sufrimiento, de la mentira, de la hipocresía, de la maldad más pura. Por ti moriría>>.
<<Por ti estaré. Por ti estaré aunque me arranque los latidos que son todos tuyos. Por ti dibujaré soles, lunas en tus noches y viento para borrar tus lágrimas. Por ti bebería el agua del mar para salvarte de la sed. Por ti bajaría las estrellas para adornar tus caminos y que jamás te detengas. Por ti entraría en el infierno para salvarte de las garras del sufrimiento, de la mentira, de la hipocresía, de la maldad más pura. Por ti moriría>>.
Los equipajes de sus vivencias
siempre existirán, forman parte de ellos dos pero el invierno acabó. Le volvió
a regalar primaveras, le entregó el sol en los días de lluvia, fortaleza en sus
caídas. Ella, su niña, le entregó verdad. No le importaba cuándo la tendría
entre sus brazos para protegerla de los lobos, del fuego, de las baladas llamadas
mentiras. No se iba a rendir porque ella, su hechicera, le regaló VIDA.
Fuente: https://arboldelavida.online/ |